El Escapulario
- Adaptación algo libre por Sr. Calavera
- 24 abr 2017
- 12 Min. de lectura

El Escapulario
Servando González, 1968
Un 20 de noviembre de 1910 llega un nuevo sacerdote al pueblo, un caballero en sus 30’s quien es recibido por dos hombres que lo llevan a la parroquia a la fue asignado. Esa tarde mientras se encuentra rezando en una pequeña capilla, es abordado por un personaje misterioso a quien había conocido aparentemente ese mismo día y le pregunta: “¿Aún me necesita?”, recibiendo una respuesta afirmativa para encaminarse a la salida.
Al llegar a su destino el sacerdote entra solo a una propiedad pues su acompañante se queda en la puerta. Es una casa antigua y grande, con un patio central y una gran fuente al centro, como era costumbre de aquella época como un área común para conectar habitaciones, inmediatamente después del zaguán.
La casa se conserva en buenas condiciones aunque pareciera deshabitada de no ser por una mujer, mujer a quien buscaba el sacerdote para ungir los santos óleos pues aparentemente, estaba muy enferma y ya no había más por hacer.
La mujer ya mayor, con algunas arrugas y canas que evidencian el paso del tiempo, parece verlo con un poco de alivio, pero cuando el hombre intenta reconfortarla y orar con ella por su eterno descanso, ella lo interrumpe, casi con un gesto de repulsión ante sus rezos, como si ella no lo hubiera llamado para eso y no lo necesitara, a pesar de tener una apariencia bastante demacrada por alguna enfermedad, quizá la misma edad y vivencias a cuestas.
Al interrumpir al sacerdote la mujer le habla de un secreto que lleva consigo desde hacía algún tiempo, un objeto muy preciado para ella, pareciera ser una parte de ella, más que una reliquia familiar o un objeto de valor. El objeto era un escapulario, dos trozos de tela unidos por un lazo que se usan una parte en el pecho y una en la espalda, dedicado a un santo o con símbolos religiosos, en este caso, con detalles en oro lo cual lo hacía de por si valioso para cualquiera.
La mujer habla sobre lo valioso que es no por sus detalles, sino por un poder oculto conferido al objeto: protegerá la vida de aquel que porte el escapulario, siempre y cuando el portador tenga fe en él. Al parecer el escapulario ha estado en su familia por un tiempo, pero no ahonda en su historia, como es que ella lo obtuvo o en como descubrió su poder. Ella está convencida de que el escapulario es en cierta forma milagroso a lo que el padre la increpa y le aclara que la fe en Dios es lo único que obra milagros, no los objetos. Ante esta aclaración no solicitada por la mujer ella dirige una mirada que denota una ligera molestia ante tal comentario.
Una vez entregando el escapulario al sacerdote para que este lo resguarde, el cual lo acepta considerando que podría ser la última voluntad de la anciana, ella prosigue a contar como ha protegido a su familia, partiendo de una vieja fotografía en uno de los muros de su habitación en la cual aparecen 4 niños, sus hijos.
El primero de ellos es Julián, un teniente del ejército mexicano durante la época revolucionaria, quien porta el escapulario como recuerdo de su madre, no porque confíe en su protección, sino por la conexión con su madre y por el amor que le tiene. A su regreso al asentamiento militar donde estaba asignado habla con su mejor amigo, a quien conocía desde pequeño y consideraba prácticamente un hermano. Le muestra una carta que recibió en la que se anuncia el movimiento de un tren cargado de armas para el ejército, mismas que serán usadas para masacrar a los grupos rebeldes que están surgiendo en el país, lo cual disgusta a Julián pues considera que esa es su gente, gente humilde, ignorante y sometida a un gobierno autoritario al que ahora se arrepiente de haber servido, pero está dispuesto a corregir el rumbo.
Se prepara para dinamitar el tren cargado de armas y se lo hace saber a su amigo, este no lo detiene por el aprecio que le guarda, pero muestra su desacuerdo a la deserción mientras deja partir a Julián de todos modos.
Julián consigue llegar al tren antes de su partida de la estación para colocar la dinamita que lo hará volar, pero en el ataque es capturado por miembros de ejército quienes creen que es algún campesino sublevado más. Su detención no frenó la explosión la cual ya había sido preparada así que se le juzga y sentencia a ser fusilado por un pelotón.
Estando en el paredón, Julián hace tres peticiones: la primera es que no dañen el escapulario que lleva puesto, pues es un recuerdo de su madre; la segunda es que lleven ese escapulario a su madre, de quien proporciona nombre y dirección; la tercera es que no cubran sus ojos para fusilarlo, como se acostumbraba.
Justo en el momento en el que se va a dar la orden de disparar aparece un soldado, avisando que el general solicita el sentenciado sea llevado ante él para ser interrogado respecto a quiénes están conspirando junto con él en contra del gobierno, con lo cual logra salvar la vida.
En un descanso tomado por el pelotón, quienes viajaban a pie a su encuentro con el general, un soldado que había sido designado como encargado en turno de vigilar a su prisionero le da a este la oportunidad de escapar, pues al parecer pensaban matarlo por la espalda, fingiendo un intento de huida y él no estaba de acuerdo con esto pues tenía respeto a su uniforme y a su labor.
Julián incrédulo finalmente decide correr a una barda, en medio de la niebla que cubre el campo con la esperanza de llegar a ella y poder escapar una vez haya saltado, pues se sabe que detrás de ella se podrían encontrar algunos rebeldes, antes seguidores de un insurgente que ya había sido asesinado por el ejército.
Logra llegar a su objetivo, pero por desgracia entre la niebla los disparos de los soldado hicieron blanco en su cuerpo dejándolo mal herido. Es alcanzado por los hombres armados, quienes descubren que este aún vive y le dan el tiro de gracia, pero a pesar de esto el sigue con vida y no se explican por qué. Cuando el teniente del pelotón se dispone a dispararle nuevamente, el mismo soldado que le había permitido a Julián huir se interpone en nombre del código militar que indica que posterior a un tiro de gracia no hay más que hacer, pues entonces Dios ha querido que la persona viva. No convencido del todo el teniente hace caso al soldado a quien acusó por revelarse a su autoridad, pero termina por darle la razón e indica que es momento de retirarse, pues están en un lugar vulnerable.
Una vez se han ido, un soldado surge de entre unas rocas, quien anteriormente había notado el escapulario de Julián y se lo arrebata, muriendo en ese momento el hombre que sobrevivió a una lluvia de balas y a un tiro directo en la cabeza.
Ahí concluye la historia de Julián, el primer hijo de la mujer del escapulario, en este momento el sacerdote no puede evitar sentir curiosidad por el resto de los hijos y sus historias, así que deja su biblia sobre un mueble junto a la cama, mientras ella continua hablando.
El segundo de los hijos es Pedro, un hombre apenas un poco más joven que Julián, de oficio talabartero gracias a las enseñanzas de su tío, un hombre mayor, alegre, pero que carga las cicatrices de una injusta condena pues el ejército le cortó la lengua por “hablar de más” por lo cual ambos guardan rencor.
Pedro, de ocupación humilde, está enamorado de una hermosa joven llamada Rosario, heredera de una de las familias más ricas de su pueblo al cuidado de su tío, un hombre celoso y posesivo, a cargo de ella por el fallecimiento de sus padres en un accidente. Pareciera que ella corresponde a Pedro pues tienen un trato no escrito, por el cual se ven todos los días, poco antes de las 9:00 am frente al negocio del tío de Pedro, cuando ella se dirige a misa con la música de un organillero de fondo que toca una melodía que prácticamente “es de ellos”. Una mañana, luego de este encuentro a lo lejos, él la alcanza en la iglesia, pero sólo cruzan miradas y una ligera sonrisa, como sabiendo que ante la sociedad su relación no sería bien vista, especialmente por el tío de ella, lo cual los mantiene distantes.
Posterior a uno de sus “encuentros” en la iglesia Pedro ve a un hombre en el exterior, oculto tras un árbol intentando vender un escapulario a una mujer, no es un hombre que el conozca, o al menos no está del todo seguro, pero ese escapulario si es familiar para él por lo cual intenta dar alcance a aquel hombre, quien huye al notar que ha llamado la atención de Pedro. Cuando Pedro parece haberlo perdido de vista este es atacado por la espalda por aquel misterioso hombre, quién pregunta a Pedro ¿por qué lo ha seguido? Pedro reacciona tranquilo y le pregunta al hombre por el escapulario, dice estar interesado en comprarlo, pero desea verlo de cerca antes de hacer una oferta.
El hombre se niega a dar explicaciones sobre como obtuvo aquel objeto y amenaza con retirarse si no recibe el pago solicitado por el escapulario, se le ve inquieto, pero decidido a obtener algo a cambio por algo que pareciera no desea poseer por más tiempo.
Una vez Pedro ha pagado a aquel extraño, recuerda dónde había visto el escapulario que ahora tenía en sus manos ¡Era el escapulario de su madre! Hacía tiempo no la veía, pero sabía ella tenía mucha fe en aquella reliquia y decide usarla.
Cierta mañana recibe una carta sin saber quién la envía, la lee, era de una mujer que le hablaba de lo que ella creía él sentía por y le aclaraba que era correspondido, que deseaba verlo ese mismo día y que no quería que se enterara nadie, pues su tío no lo aprobaría… era una carta firmada por Rosario.
Frente a la talabartería pasa un grupo de soldados con tres hombres que serán ejecutados acusados de sublevarse al gobierno. La gente del pueblo parecía dividida, los acaudalados dan gracias por las acciones de las fuerzas armadas mientras que los trabajadores y campesinos se sienten humillados y vulnerables.
El tío de Pedro parece asustado y a la vez molesto, el recuerdo de lo que le hicieron no ha desaparecido y Pedro le hace saber que algún día ellos tendrán su venganza, mientras dejan que se alejen.
Por la noche, mientras cabalgaba de camino a la casa de Rosario donde ella le pidió verse, Pedro se encuentra con tres hombres colgados de un viejo árbol junto al camino de terracería, pero no le sorprende o asusta (quizá algo común para la época), lo que llama su atención es la actitud de su caballo, pues este se niega a avanzar. Mientras intenta calmarlo y hacer que siga su camino, una voz pareciera susurrar en los oídos de Pedro y decirle: “bájame”. Al fijar su atención en el cuerpo que parecía hablarle por fin lo reconoció como el hombre que le había vendido el escapulario, al parecer había sido perseguido y sentenciado bajo acusación de deserción y traición a la patria. Al bajar el cuerpo Pedro notó que este seguía con vida. Se puso de pie, le pidió su sombrero y un jorongo que llevaba consigo pues tenía frío, a lo cual Pedro accedió de mala gana además de llevarlo a donde pensaba encontrarse con Rosario pues el hombre dijo ir en la misma dirección y aunque Pedro no entendió lo que estaba pasando, al final acepto llevarlo consigo.
A unos metros de aquella casa blanca, el misterioso hombre pide bajar del caballo, no da mayor explicación pero es complacido. Ya dentro de la propiedad Pedro ve caer a un hombre por una de las ventanas, frente a él, se encuentra apuñalado por la espalda el hombre al que acababa de dejar un par de minutos atrás. No entiende que es lo que está pasando, no entiende que fue lo que pasó, como el hombre llegó ahí antes que él, pero no puede detenerse a pensar pues su caballo en un ataque de pánico se echa a correr por el camino que los había llevado ahí.
Poco después el caballo cede un poco y es en ese momento que llegan al punto donde se encontraba aquel viejo árbol con los tres hombres colgados, para sorpresa de Pedro nuevamente hay tres cuerpos, entre ellos, el hombre al que había bajado, pero esta vez con la ropa que el mismo le había dado y el puñal en su espalda, todo es aún más confuso que antes ¿Quién era realmente ese hombre? ¿Estaba muerto cuando lo encontró por primera vez colgado? ¿Cómo llegó antes que él a la casa? ¿Cómo apareció nuevamente colgado pero ahora con el jorongo puesto y el puñal en la espalda? ¿Quién lo atacó? Todo esto gira en su cabeza al tiempo que el caballo se altera nuevamente hasta derribarlo y dejarlo inconsciente en el camino…
Pedro despierta en cama, junto a él, Rosario, quien le explica que le tendieron una trampa, pues su tío había enviado esa carta después de convencerla de firmar una hoja en blanco para citarlo en un lugar y darle muerte él mismo, pero esto no sucedió así pues el tío de Rosario fue encontrado muerto al parecer de un infarto en aquella casa al tiempo que lo encontraron a él inconsciente. Aún sin comprender todo Pedro entrega el escapulario a su tío y le pide lo haga llegar a su madre, que le diga que este ha cumplido y lo ha protegido, pero que no lo necesita más.
La mujer termina el relato de Pedro, su segundo hijo, contando al sacerdote que este y Rosario finalmente se casaron y ahora viven felices. Ahora el sacerdote no puede evitar preguntar por los otros dos hijos, los más pequeños cuyos nombres eran Federico y Andrés. La mujer los vio por última vez hace mucho tiempo, pues cuando ellos tenían 6 y 7 años respectivamente el pueblo sufrió un ataque donde fue incendiado y en medio del desorden y la gente huyendo, ellos dos se perdieron. Llegando a este punto el sacerdote parece algo cansado y la mujer también, es tarde y ha escuchado a la mujer por largo rato a quien dice creerle todo lo que le ha contado, además, no se ve tan enferma como le habían dicho y los santos oleos no parecen necesarios, no de momento, por lo cual se despide de ella y se compromete a visitarla al día siguiente para saber cómo sigue. Dicho esto, se retira y sale de la casa.
En medio de la noche, el padre es abordado por un hombre que lo esperaba, este pide los santos oleos para su hermano pues está muy grave, lo cual extraña al padre pues el reconoce al hombre, es uno de los dos hombres que lo llevaron a la iglesia por la mañana e intuye el otro hombre que lo acompañó por la mañana es el hermano moribundo.
Pregunta al hombre si esto es así y el confirma su suposición, pero el padre lo sigue a pesar de que el vio al otro hombre en perfectas condiciones unas horas antes y le parecía difícil creer que había caído enfermo tan rápido. Al llegar al lugar donde se encontraba el supuesto enfermo, el padre se da cuenta de que este está muerto, indicándoselo a su hermano al tiempo que descubre que este se preparaba para apuñalarlo. El frustrado homicida, temeroso por la muerte de su hermano cree que es un castigo de Dios y termina por confesar que habían planeado matarlo para quitarle un reloj de oro que le habían visto portar más temprano.
El hombre se echa a llorar sobre el cuerpo de su hermano, en ese momento ve a un alacrán que parece ser el culpable, mientras el sacerdote se retira de ahí, recordando que dejó su biblia junto a la cama de aquella mujer.
Al llegar a la casa y tocar la puerta es sorprendido por un hombre con una vieja lámpara de gas, el cual le indica que aquella vieja casona se encuentra sola desde hace años, 7 años para ser exacto, cuando falleció la señora de la casa quien vivía sola. El padre le dice al hombre que él estuvo en esa casa más temprano y dejó algo olvidado, extrañando al hombre pues dice tener la única llave para entrar ya que es el encargado de vender la casa, pero nadie parece estar interesado al contarse que “espantan”.
El sacerdote insiste en entrar, así que entran ambos, pero esta vez todo es diferente, aquella casa vieja pero conservada que había visitado ya no era la misma, ahora era evidente que tenía años en el abandono, reafirmado por el encargado pues él ya no podía recordar cuando entró por última vez, pero recordó que el día que la dueña murió algo raro pasó, su hijo Pedro le había enviado un viejo escapulario, pero este no llegó a tiempo, aun así el cuerpo fue sepultado con el escapulario dentro de la caja. En este momento el padre recuerda que lleva puesto el mismo escapulario que ella le dio, el escapulario que el viejo hombre dice que fue enterrado con su dueña cuyo nombre era María Pérez viuda de Fernández.
Ahora el padre pide entrar solo a la habitación donde se había encontrado con la mujer. Al entrar ve que todo está en las mismas condiciones que el exterior, lleno de polvo por el tiempo pero que su biblia efectivamente se encuentra junto a la cama, como el la dejó, así que no fue un sueño. En eso se acerca a una vieja fotografía, recordando que el nombre de esa mujer ¡es el mismo que el de su propia madre!, de quien se separó apenas era un niño y no había reparado en eso pues no parecía tener recuerdo de su infancia temprana al tener apenas 6 años al momento del incendio.
Viendo la fotografía recuerda los nombres de los hermanos, Julián, Pedro, Federico y… Andrés, él era el cuarto hijo, todo habían recibido la protección del escapulario de su madre, a pesar del tiempo y la distancia, el escapulario los conectaba a todos, en ese momento el parece tener una visión de sus hermanos, de su hermano Julián el soldado rebelde, de su hermano Federico quien al parecer fue el que robó el escapulario a Julián y luego lo vendió sin saber a su hermano Pedro y del mismo Pedro. Andrés vuelve en si del todo y ahora el escapulario está en sus manos, y el poder que tenía aparentemente ya había salvado su vida esa noche, su madre, de alguna forma, se aseguró de dárselo.
Ahora Andrés, con los recuerdos de su pasado y las historias de sus hermanos no deja de pensar en lo que dijo su madre, lo milagroso que puede ser ese escapulario y lo que él mismo le dijo sobre la fe.
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